viernes, 30 de marzo de 2012

La sensación de hacer las cosas bien


No hay nada como la sensación de que estás haciendo las cosas bien. O la sensación que se nota cuando el trabajo que realizas alcanza la excelencia y además, te premian/alaban por ello.
La felicidad, en parte, depende de este tipo de cosas. Sobre todo en aquello que nos gusta. Si nos dedicamos a jugar al fútbol y ganamos un premio o un torneo, nos sentimos de maravilla, si nos dedicamos a la carpintería, nos gusta que nos digan que nuestro trabajo ha quedado muy bien, o lo típico de: "Se nota que es un profesional".
Tras cavilar acerca de este fenómeno, se puede llegar a la concluión de que el ser humano es un animal que necesita el reconocimiento de la manada para estar agusto, es decir, que necesita que lo alaben para sentirse integrado socialmente.
Quizá esta sea la razón por la que algunos seres humanos cometen alguna que otra locura, para ganarse el reconocimiento de sus semejantes, sea en la escala que sea (entre amigos, habitantes de un pueblo o un país entero).
Lo malo que tiene este fenómeno, es que al ansiar todos el mismo fin (reconocimiento social), surge un nuevo sentimiento que se evoca desde dentro, y que todos conocemos como envidia.
La envidia no es ni más ni menos que ansiar lo que posee otra persona, en pocas palabras. Con lo cual llego a la conclusión que quería llegar: si la base de la envidia es ansiar el reconocimiento ajeno, y la envidia ha sido uno de los problemas más importantes de la historia de la humanidad, podemos sacar la siguiente conclusión partiendo de la base de que para sentir reconocimiento debemos vivir en sociedad: ¿no es acaso el problema más importante de la humanidad, el hecho de que vivamos en una sociedad organizada y comunicada entre sí? ¿No es la envidia y sus consecuencias, un problema creado a partir de la convivencia en sociedad? ¿Existiría la envidia en un mundo anárquico?
Se abre el debate.

martes, 27 de marzo de 2012

La elección

Él no quería ir a la huelga, no creía en las razones por las cuales iba a ser convocada, pero por otro lado, no estaba de acuerdo con las medidas del gobierno. En plena discusión mental empezó a notar un leve cosquilleo que le recorría todo el cuerpo. Después ese cosquilleo se transformó en una sensación horrible, sentía que le estaban arrancando la piel a tiras. Se recompuso y vio enfrente de él una imagen que le resultaba familiar. Tenía su misma cara, pero vestía de forma diferente. Se recordaba a sí mismo cuando tenía quince años. De repente, y sin más dilaciones, su espejo revolucionario le dijo:
 -¿Por qué no vas a ir a la huelga? ¿Dónde están tus ideales y todas tus ideas?
-Siguen estando en el mismo sitio de siempre, pero esta vez es diferente, ahora tengo trabajo.
 -No tiene nada que ver una cosa con la otra, sabes que no te despedirán del trabajo por ir a la huelga. Estás en tu derecho.
 -Lo sé. Pero ¿qué voy a conseguir yo solo yendo a la huelga? No van a cambiar las cosas.
 -Si todo el mundo pensara como tú, no se conseguiría nada en la vida.
 -Ya, pero no me quiero arriesgar. En este momento no estoy muy bien en el trabajo, el jefe está un poco mosqueado conmigo, y no quiero que nadie conozca mis ideales políticos.
 -Antes te gustaba que todo el mundo lo supiera, vestías como yo, te reivindicabas e intentabas convencer a la gente de que estaban siguiendo la senda equivocada, ¿qué ha sido de ti?
 -La gente madura, no puedo tener quince años siempre.
 -¿A eso llamas madurar? Te estás abandonando, has dejado de luchar ya por lo que crees… si es que alguna vez has creído en algo.
 -Claro que he creído, y sigo creyendo con razones más convincentes y sólidas, solo que ahora todo es diferente. Tengo un trabajo en el que baila mi renovación, mi situación económica no está para tirar cohetes. Por otro lado, siento que haría esta huelga para lavar la cara de algunos sindicatos que no han sabido hacer bien su trabajo. Tengo la sensación de que hay una mano invisible que está creando las situaciones óptimas para que no vaya a la huelga.
-La pregunta es: ¿crees que hay que hacerla? ¿Crees en los motivos?
 -Es obvio, claro que creo. Solo que no se reúnen las condiciones óptimas para que la haga.
 -¿Hay gente en tu trabajo que vaya a hacerla?
 -Sí, y eso es lo que me hace dudar.
 -Sé que solo soy un idealista, pero sigue este consejo: haz lo que tu corazón considere oportuno, no lo que te diga o haga el resto de la gente. Al fin y al cabo, se trata de ti y no del resto. Si piensas que debes hacerla, hazla. Si por el contrario, crees que no, es tan sencillo como no hacerla.
 -No has dicho ninguna tontería. Me acabas de ayudar a tomar una decisión.

 Y la tomó. Y no se arrepintió nunca de haberla tomado.

lunes, 26 de marzo de 2012

Música del alma

¡Ay la música que se halla en el alma!
¡Ay con la música que se siente desde dentro!
¡Qué sería yo sin ella!
Seguramente existiría, pues no es condición necesaria para nuestra existencia, pero es que ¡es tan bella!
Solo necesito cerrar los ojos para volar. Un instante, una nota, una palabra armonizada con un silencio bellísimo que se clava en el alma.
La piel de gallina, uno se queda petrificado, como si nada existiese en ese momento, esperando la que será una nueva nota que sucederá a la otra, formando una melodía que es caviar para los oídos, y exquisitez para nuestro hambriento cerebro.
¿Has terminado de escuchar música que te llegue al alma? Jamás habré escuchado suficiente, jamás me cansaré de descubrir, nunca dejaré que una canción con espíritu se quede sin escuchar.
Solo necesito mis orejas y el corazón para poder volar mientras que vosotros, pobres de espíritu, inventáis máquinas que simulan un vuelo ficticio, pues yo he recorrido las tierras que vosotros nunca visitaréis. He visto los parajes más preciosos, los páramos interminables que se extienden hasta el infinito, he visto la luz, la he tocado y es maravilloso.
¿De verdad tu música te da esto? Deberías revisarlo...

viernes, 23 de marzo de 2012

Odio

Hoy he descubierto una cosa: siento odio hacia muchas cosas cuando estoy muy ocupado.
Esta reacción quizás sea comprensible, ya que la mayoría de las actividades de ocio que realiza un ser humano son, en parte, para canalizar el odio y las frustaciones del día a día. Es por ello comprensible que cuando alguien (yo por ejemplo) está muy ocupado y no tiene tiempo para realizar sus actividades de ocio, tiende a sentir odio hacia casi todo lo que le rodea.
Sentir odio, bajo mi punto de vista, no es malo. Algunas veces te hacen sentir vivo por aquello de romper la rutina y por la eterna relación amor/odio con aquello con lo que no estamos de acuerdo. Pienso que esto viene porque al ser humano le gusta discutir con alguien, o más que discutir, intentar demostrar que sus creencias/aficiones/opiniones son mejor que las de los demás. Estas discusiones pueden ser tan gratificantes como peligrosas, me explico: si eres capaz de entender que no existe una verdad absoluta ni el bien absoluto, podrás discutir con quien te venga en gana que lo único que vas a sacar en claro será una grata conversación o quizás, una nueva hornada de conocimientos. Si por el contrario, te crees poseedor de la verdad y piensas que tu palabra es la ley, lo más seguro es que acabes con una discusión hostil de la que nunca podrás sacar nada en claro.
¿Y qué tiene que ver todo esto con el odio? Pues en que creo que, como he dicho antes, cuando no tienes (o no quieres) tiempo para reflexionar, y poder ordenar tus ideas en la cabeza, cualquier detalle puede hacer causar odio, ya sea una pequeña discusión en la que no vas a ceder ni una pizca, o simplemente un grupo de chavales que están armando un poco de jaleo y crees que te están molestando.
Pues bien, creo que necesito el fin de semana más que nunca, porque estoy empezando a sentir algo de odio por todo el mundo que se siente mejor que yo. No puedo consentirle a mi cerebro que piense tal cosa.

jueves, 22 de marzo de 2012

Ideario, de Francisco M. Ortega Palomares

Me da vértigo el punto muerto 
y la marcha atrás, 
vivir en los atascos, 
los frenos automáticos y el olor a gasoil. 


Me angustia el cruce de miradas 
la doble dirección de las palabras 
y el obsceno guiñar de los semáforos. 


Me da pena la vida, los cambios de sentido, 
las señales de stop y los pasos perdidos. 


Me agobian las medianas, 
las frases que están hechas, 
los que nunca saludan y los malos profetas. 


Me fatigan los dioses bajados del Olimpo 
a conquistar la Tierra 
y los necios de espíritu. 


Me entristecen quienes me venden clines 
en los pasos de cebra, 
los que enferman de cáncer 
y los que sólo son simples marionetas. 


Me aplasta la hermosura 
de los cuerpos perfectos, 
las sirenas que ululan en las noches de fiesta, 
los códigos de barras, 
el baile de etiquetas. 


Me arruinan las prisas y las faltas de estilo, 
el paso obligatorio, las tardes de domingo 
y hasta la línea recta. 


Me enervan los que no tienen dudas 
y aquellos que se aferran 
a sus ideales sobre los de cualquiera. 


Me cansa tanto tráfico 
y tanto sinsentido, 
parado frente al mar mientras que el mundo gira

martes, 20 de marzo de 2012

En mi cueva


Lejos de toda civilización me espera mi cueva. Ella permanece impasible al paso del tiempo.
Está para todo el mundo, aunque yo la considero como mía. Cuando entro en ella siento su calor, siento que se alegra de verme y siento que me acoge en su regazo cuando apoyo mi cuerpo en busca de descanso.
Mi cueva no conoce internet, no sabe lo que es un smartphone y nunca ha visto un partido de fútbol, ni siquiera sabe lo que es un edificio, pero es poseedora de tanta sabiduría, que si hablara, podría callar a toda la humanidad mientras comparte su conocimiento.
Yo voy a verla todas las semanas, egoistamente para que comparta conmigo toda su sabiduría, pero ella, orgullosa ella, piensa que no estoy preparado para albergar los tesoros que posee, dice que todavía soy demasiado humano para ella, y que hasta que no me deshumanice, no podré comprender la magnitud de estos tesoros.
¿Demasiado humano? Le dije en un atisbo de súplica. Pero pronto comprendí a lo que ella se refería. Los secretos que mi cueva aguarda, no son perceptibles para el ser humano moderno, no se pueden vender ni puedes plasmarlo en un libro. No son tangibles, ni puedes ganarte la vida con ellos. Los secretos de mi cueva no se cuentan en bits ni en bytes, y tratarán de loco a aquél que intente promulgarlos.
Los secretos de mi cueva no son humanos, ni están hechos para ellos.
Aunque nunca consiga entender los secretos de mi cueva, soy feliz en ella, sé que lo que siento en ella, forma parte de su sabiduría, y algún día, cuando alguien esté lo suficientemente preparado, mi cueva le hablará de mí y quien escuche, será feliz.

viernes, 16 de marzo de 2012

Aviones de papel


Quisiera volar como un avión de papel. Hacia donde me lleve el viento. Sin ataduras y mirando al resto con desprecio. No me importa dónde caer, sé que alguien me levantará y me volverá a lanzar, y entonces, solo entonces, podré volar.
Quisiera estar cerca de las nubes y poder sentir el aroma que desprende, quisiera estar lejos del suelo, ese suelo que muchas veces he tenido que poner los pies.
Quisiera volar sin frenos, volar sin destino, volar por el simple hecho de que puedo hacerlo. Y sentir.
Quisiera ser el primero en notar la lluvia, y pensar que el cielo lanza agua exclusivamente para mí. Mirar la más alta cima por encima del hombro con sensación de superioridad.
Quisiera caer con elegancia, y que todos quisieran verme volar.
Quisiera ser igual de frágil en manos de un niño que en manos de un forzudo, pero ser tan bello que nadie quisiera romper mi figura.
¡Qué envidia siento de los aviones de papel!

jueves, 15 de marzo de 2012

Objetos con memoria


Esta mañana me ha venido a la memoria la siguiente pregunta: ¿por qué nos da tanta lástima tirar objetos que ya no sirven?
Echando un vistazo a mi habitación, y a mi propia persona, puedo encontrar cientos de objetos que probablemente ya no vuelva a usar en la vida, o si los uso alguna vez, nunca tendrán al funcionamiento que necesito de ellos. Entonces, ¿por qué los conservo?
Supongo que la razón principal por la que los tengo es por la nostalgia. Si veo mis viejos deportivos raídos y sucios, recuerdo los partidos de baloncesto con mis amigos; si veo mis bolígrafos gastados, puedo recordar mis felices años en el instituto; si veo mis cromos rotos, recuerdo mi infancia junto a ellos... Tirar todos esos objetos a la basura sería como tirar mi vida, tirar momentos felices de mi existencia, aunque estar atado al pasado tampoco es un peso con el que quiera cargar para siempre, así que, ¿qué hacer con todas esas cosas?
Por mi parte, he de decir que he encontrado un equilibrio. He decidido convertir el pasado en presente. ¿Eso no es una excusa para no tirar las cosas y así encadenarte aún más pasado? Es posible, pero con ciertos matices. Baso toda la argumentación que voy a decir a continuación por los pilares sólidos de que si no sabemos de dónde venimos, ¿cómo vamos a saber a dónde vamos? En algún momento de mi camino, es muy posible que tenga que atravesar (metafóricamente hablando) angostos recorridos y situaciones duras. Si tengo claro el trayecto recorrido, sabré con más certeza qué decisión es la más acertada.
Por eso no me gusta tirar mis cosas, porque por muy duras que sean las situaciones, basta con echar un vistazo a mi habitación, para recordarme a mí mismo quién soy, y que si hasta este momento nadie ha podido conmigo, nada ni nadie lo hará.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Cosas que duran un segundo


¿Cómo es posible que las cosas más importantes de la vida pasen en tan solo un segundo?
Hoy, mientras hablaba con un compañero mediante un sistema de chat, he podido corregir una equivocación que he tenido en mi escritura en el mismo segundo en el que la he cometido. Eso me ha hecho plantearme la siguiente pregunta: ¿no somos todos dependientes de acciones que duran un segundo? Es decir, las decisiones más importantes que tomamos en nuestra vida, son impulsos que duran a veces mucho menos de un segundo.
Si analizamos nuestra vida, todo está envuelto por las decisiones que tomamos en su día en un segundo: nuestra novia/esposa lo es porque en algún momento decidimos lanzarnos a besarla, nuestro trabajo es el que tenemos porque en algún momento de nuestra vida, decidimos presentarnos a ese puesto, nuestro coche, nuestra casa, nuestro teléfono móvil, en definitiva, nuestra vida, está marcada por un segundo. Ese segundo por el cual decidimos tomar ese camino y no el otro. Entonces, ¿es nuestra vida una sucesión de casualidades? ¿O estamos "destinados" a tomar ese camino?
Señoras y señores, el debate está abierto, se podrían escribir miles y miles de páginas acerca de este tema, pero nunca nadie llegará a dar una respuesta rotunda y demostrable. Es por ello que debemos aprovechar cada segundo que nos brinda la vida en pensar, aprender y disfrutar, pues nadie sabe cuándo nos va a llegar ese segundo mágico que cambiará nuestra vida, lo que sí que podemos hacer, es estar preparados para cuando llegue, y elegir lo que realmente nos haga felices, pues al fin y al cabo, lo que queda no es una mala decisión, sino lo capaces que seamos de buscar la felicidad en las decisiones que tomemos.

lunes, 12 de marzo de 2012

Correr bajo un manto de estrellas

Hoy he experimentado una de las sensaciones más increíbles de mi vida.
Salí de casas como un día cualquiera, dispuesto a realizar una rutinaria carrera continua para segregar mi dosis diaria de endorfinas, cuando me percaté que era noche cerrada y vagaba por lugares oscuros y lúgubres. Lejos de asustarme, decidí entre tanto fragor mental echar un vistazo al manto negro que me envolvía. En ese momento entendí la locura de algunos poetas que se enamoraron de la luna, entendí que nuestro sino, como ser humano no es estar atado a un trabajo sin futuro, ni estar atado a la televisión, ni a internet. El lugar que le pertenece al ser humano es el de disfrutar de las pequeñas cosas, disfrutar de las estrellas, disfrutar de la luna. Dejar que los pequeños puntos que alumbran el cielo te transmitan la energía necesaria para seguir adelante, cerrar los ojos y que sea el sonido del silencio nocturno el que guíe tus pasos. Hoy he galopado encima de la luna y de las estrellas, y he sentido emociones que hacía tiempo que tenía olvidadas.
Nunca más volveré a estar solo.