Ese momento de lucidez, languidecido por muchas tenues experiencias se halla dentro de mí, pero se resiste a salir. No quiere explorar el mundo que le ofrezco y prefiere quedarse en el mundo de mis ideas, donde todo es bonito y todo es como yo quiero.
No me extraña, al fin y al cabo, una realidad paralela inventada por uno mismo siempre va a ser más satisfactoria para una opinión propia. El camino está completamente liso para que corra sin más preámbulos, y los baches son fácilmente esquivables.
El problema viene cuando necesito a esa claridad. Durante años ha corrido por mi mente. Ha bailado en las mejores fiestas y se ha follado a quien le ha dado la gana, vamos, que se lo ha pasado de puta madre a mi costa. Se ha acostumbrado a vivir en el lujo. Es una hija de papá. La he maleducado como a cualquier niña pija y ahora la necesito. Pero me manda a tomar por el culo. No quiere salir y quiere seguir llevando esta vida de excesos, una vida en la que es intocable y nadie le dice lo que tiene o lo que debe hacer.
Vivo en un estado de convencimiento perpetuo. Tengo que intentar que esta claridad salga de mí, y tengo que tranquilizar a mi yo exterior para que no se termine de volver loco. Soy el eje de la balanza de la locura y necesito a ambas partes para no romperme y entonces, sea cuando se joda todo.
Es necesario un viaje interior para buscar a esa cerda y traerla a casa cogida del cuello. Sí, eso haré. Viajaré dentro de mí, la buscaré y la pasearé por mi mundo imaginario aplastándole la cabeza para que quede humillada delante de todos, y que todo el mundo vea quién manda aquí. Este mundo es mío. Me ha costado mucho levantarlo y me pertenece. Voy a hacérselo saber a todos.
Estoy de vuelta. Y mi bandera son dos cojones del tamaño de Júpiter. Prepárate claridad mental, porque ya he salido en tu búsqueda.