A toro pasado la vida se ve más cómoda, en palco VIP, pero todo tiene un precio, y la posición privilegiada en la vida no se hereda. Todo el dinero del mundo no puede comprar un asiento en primera línea. Solo los más currantes y los más motivados deciden a quién poner en estos asientos, aderezados, eso sí, con un catering excelente y muy completo, sí señor. La zona está muy cuca.
¿Vale la pena? Por supuesto, ¿para qué tantas lágrimas entonces? ¿Para qué tanto esfuerzo, tanto sacrificio, si se va a quedar en saco roto? Lo mejor que tiene luchar en este juego, es que el único competidor eres tú mismo. Así que estás jugando contra ti, contra tus diferentes versiones, y solo tú eres quién decide el ganador, solo tú tienes la potestad de darle la llave del palco a la versión de ti que creas que lo merece más. ¡Vaya responsabilidad! ¿No lo puede hacer otro?
¡Pero no desesperes querido amigo o querida amiga! Porque la decisión no es definitiva, aunque en el momento en que la tomas piensas que así lo es. Al final el palco es un putiferio de idas y venidas. Incluso hay días que se apelotona la gente ahí y ya no sabes quién entra o quién sale. Locura transitoria la llaman, pero bah, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Todos tenemos derecho a estar locos alguna vez. ¿O al final vamos a ser jueces también de palcos ajenos? ¡Ay rufián! ¡Cómo te gusta meterte en camisas de once varas! ¡Entérate que esta no es tu fiesta!
En fin, empiezo a escuchar el sonido del trote del coche de caballos, así que supongo que llegó la hora de partir. Hoy hay partido y tengo entradas. ¿En primera línea? Claro coño, ¿o acaso te esperabas que esto iba a ser siempre un nido de tristeza y pena?
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