Me duermo entre demonios, como si fuera el único ser en todo el planeta, solo. Como si no existiera el aire puro. Respiro fuego. Temeroso de vivir, cuento las horas por minutos y el alba me saluda con saña. Otra noche más que he sobrevivido. Al menos me lo tomo con humor.
Durante 23 horas al día me siento Superman, un titán, un coloso indestructible capaz de superar el más angosto de los caminos equipado de cualquier tipo de carga emocional, propia o ajena. Pero es asomar Catalina su dulce rostro y me vuelvo el más dócil e indefenso de los mortales. Me convierto en un Clark Kent deprimido, un Bruce Banner hasta arriba de prozac, un Dr Jekyll, un don nadie débil y apenas sin aliento, necesitado de un abrazo, una caricia, un pecho en el que descargar la carga de esta ajetreada cabeza pensante. Hasta los monstruos necesitan un poco de cariño.
Mientras tanto, el centro de gravedad manda rayos cargantes de razón al vecino de arriba que se las da de sabiondo, pero éste no entiende los impulsos de su compañero de piso. "Tan listo para unas cosas, y tan tonto para otras".
Los días pasan y la angustia se va apoderando de mi ser, espero que llegue el día de volver a ser quién era, de volver a sonreír porque sí, de ser 24 horas yo, y no un sucedáneo de lo que algún día fue un alma alegre. No siempre se gana en esta vida, acepto mi derrota, pero presiento que cual fénix renaceré de mis cenizas, más fuerte, más bello y con unas alas tan grandes que surcaré el cielo en busca de quien ha de verme hecho cenizas inertes, pero felices. Abogo para que así sea.
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