lunes, 11 de noviembre de 2013

La espera de lo inviable

Bajaba todos los días con la fe de verla allí. Sabía lo improbable de la situación, pues solo estaba en su cabeza, pero cada tarde se quedaba mirando a un lado y a otro antes de emprender su camino de vuelta con la ilusión de que ella rompiera sus miedos y se decidiera a ir allí.
¿Por qué se seguía ilusionando? Estaba esperando una reacción que a él se le había ocurrido una tarde en la que se encontraba triste. ¿Qué pretendes? - se preguntaba a sí mismo en algún que otro momento de cordura - ¿Quieres que ella piense por sí sola la idea que a ti se te acaba de ocurrir? ¿Es que no ves lo inviable de la situación?
Pero es que ¡era tan feliz pensando en la posibilidad (muy remota) de que así sucediera! Se imaginaba rodeándola con sus brazos, mirándola a los ojos y diciéndole lo guapa que estaba, allí mismo la besaría con toda la pasión reprimida de todo este tiempo. Se le empañaban los ojos cuando le venían esos pensamientos, y no podía parar de sonreír. Vivir no debería ser tan complicado, se decía a sí mismo, mas cada día bajaba y ella no estaba. ¡Cómo va a estar! Y empeñaba el camino de vuelta con una sensación de decepción incontrolable.
Sabía que ella nunca lo haría. Más que nada porque ella ni siquiera sabía lo que tenía que hacer, pero ¿por qué no? Él deseaba que así fuera, ¿por qué no se podía cumplir? ¿Por qué las historias más tiernas nunca se cumplen? ¿Por qué hay que esperar al momento adecuado? ¡Cualquier momento es el momento adecuado! Un corazón cobarde es un corazón triste y solo. Y solo.
Y solo se sentía cuando a su alrededor flotaban millones de almas, extrañamente solo. Y como una losa en su cabeza, retomaba el camino de vuelta una vez más.
Dentro de su cabeza, el mundo era más bonito.


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