jueves, 12 de abril de 2012

Ni idea


¡Cuántas veces hemos deseado decir eso! ¡Mandarlo todo al carajo y decir: ni idea! ¡Qué losa más pesada es el desconocimiento! Y ¡qué costoso es el proceso que nos ayuda a quitárnosla!
El conocimiento no es un invitado que entra y sale de nuestra mente fácilmente. Es un ser al que tenemos que convencer para que se instale de forma perpetua, y nuestra tarea es la de encontrar las claves para que se instale. No es cosa fácil retener conocimientos, y mucho menos llamar su atención, pues el conocimiento es muy orgulloso, y tenemos que insistirle para que nos haga un poco de caso.
¿Por qué entonces tenemos la necesidad de albergar en nuestra mente a tal engendro egocéntrico? La única razón por la que tenemos que albergarlo, es por nuestra condición de ser humano. Necesitamos sentirnos humanos, y para ello debemos ejercitar el órgano por el cual se nos distingue del resto de las bestias: el cerebro.
Es posible que el aprendizaje sea costoso, pero la recompensa de aprender cosas nuevas es mucho más gratificante, siempre que lo que aprendamos sea útil para nuestro día a día.
Es por eso que el pobre post de hoy va dedicado a la gente que se esfuerza por aprender cosas nuevas. Que nunca desesperen, pues la llave que abre la puerta del conocimiento puede confundirse con la de la pereza y la vagancia, pero la recompensa de ambas es tan diferente como los conceptos de día y noche.

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