jueves, 10 de mayo de 2012

El viaje del árbol


Había una vez un árbol que lloraba porque estaba solo. Se encontraba en la inmensidad del bosque solo. De cuando en cuando pasaba alguien, se paraba en su regazo y le escuchaba hablar. Soñaba con llegar algún día a aquello que llamaban civilización. Deseaba ver rascacielos, deseaba ir a aquellos lugares que le describían como parques, donde habrían muchos más como él y podría conversar con sus semejantes. Quería que todos los niños jugasen a su alrededor. Que las familias formaran picnics entorno a él y solo de ese modo sería feliz. Por eso se sentía triste, y lloraba. Una noche, fruto de una lágrima derramada, brotó de la tierra una planta que le dijo que le concedería un deseo, sea cual sea. El árbol, preso de una alegría desbordante, pidió ser trasladado a la civilización. Al parque más grande jamás concebido. Y así fue. La planta mágica le llevó al parque más grande del mundo, y le colocó en el centro del mismo.
Al amanecer, el árbol notó un olor diferente, un olor raro, un tanto desagradable. Echó un vistazo a su alrededor y atisbó una nube de humo gris provocada por unos seres de cuatro ruedas que hacían mucho ruido e iban muy rápido. Puedo acostumbrarme, se dijo. A media mañana unos niños se sentaron a su alrededor, pero lejos de jugar con él, le golpearon con una pelota, le estiraron de las ramas e incluso le llegaron a arrancar alguna que otra. Un rato más tarde una familia extendió su alfombra bajo su cobijo y se dispusieron a comer. Vaya, se dijo, por fin un rato de paz y tranquilidad. Nada más lejos de la realidad, pues la familia dejó todos los restos de su picnic en los pies del pobre árbol, que se miraba a sí mismo suciamente. Al anochecer, y tras un largo día de nuevas emociones, se dispuso a descansar. Cuál fue su sorpresa cuando un grupo de jóvenes decidieron pasar la noche bebiendo y vociferando a su alrededor. No le dejaban descansar y para colmo, volvieron a dejar su basura y sus bebidas a sus pies.
Cuando por fin se vio liberado de humanos, le preguntó a un árbol de alrededor: "Oye, ¿por qué los humanos se portan tan mal con nosotros? Les damos cobijo, fruto, y nos lo pagan tratándonos de este modo". El otro árbol le contestó: "Los humanos son así, piensan que les perteneces, así que no se preocuparán por ti hasta que ya no les sirvas. En ese caso, te culparán por no hacer tu trabajo, y no tendrán en cuenta todo lo que has hecho por ellos. Nunca comprenderán que nosotros les pertenecemos tanto como ellos a nosotros, y al estar enterrados, ellos siempre tienen las de ganar. Por eso nos cortan, nos maltratan y hacen lo que les da la gana".
El árbol después de escuchar el testimonio de su compañero rompió a llorar, y de la tierra volvió a germinar la planta de los deseos, a la cual le rogó que le devolviera a su bosque, donde podría descansar eternamente y poder disfrutar, de cuando en cuando, de una compañia que sí valorara su trabajo y su esfuerzo.

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