lunes, 9 de septiembre de 2013

El juicio de los cobardes

Delirio de color carmesí. Sacos grandes llenos de paja, mucho peso, poca sustancia. ¿Crees que puedes tapar el exilio con tan poco material? Te faltan motivos y te sobra fachada. El triunfo de los cobardes no existe en mi paraíso.
Me pides clemencia, pero no soy yo el responsable de dictar un veredicto, solo soy un mero espectador en una posición privilegiada. Primera línea pagada de mi bolsillo, fruto del ahorro y del sacrificio de este tiempo, vamos, que me lo he ganado con creces.
Sabes que este juicio está perdido de antemano, ser un cobarde te ha funcionado en otras villas hasta ahora, pero rogar la absolución es como matar al guardia por una condena por asesinato. Absurdo incluso para ti. El peso de la ley dictada por mi conciencia caerá sobre tus hombros, pero habrás sido y solamente el que se haya condenado a sí mismo, porque bajo mi jurisdicción las leyes promulgadas en su día tras muchas deliberaciones no dan lugar a dudas: destierro inminente.
Es tu fin en esta tierra. Encontrarás otras, no lo dudo, otras más afines, otras que permitan tu conducta e incluso es posible que encuentres tierras donde idolatren tus modos, que lo dudo. Mas aún es de agradecer tu presencia en este paraíso, pues los alborotadores hacen que una vez identificados, sea más fácil dar con ellos, así que supongo que tendré que dar gracias por la parte que te toca, al fin y al cabo.
Antes podía reprimir el número de elocuencias, ahora, hago angostos caminos en rutas ávaras. Cuando ruge o serena tu impulso cárnico, ostenta su grandeza ilícita la imbécil pedante. ¿O luchabas la amnistía secreta?
No podía haberme quedado más a gusto. Que tengas mucha suerte, pero lejos de aquí.


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