miércoles, 7 de noviembre de 2012

Una historia de Jazz

Recomendación: poner la canción antes de empezar a leer el post de hoy.

Son las 2 de la mañana. Noche cerrada. Está lloviendo a cántaros y no hay una sola alma en la calle. Mi paraguas se quedó en la estación del metro, maldita cabeza la mía. Me agarro el sombrero buscando un sitio en el que cobijarme. No pasa ni un solo taxi y mi casa queda a unas cuantas manzanas de donde estoy. Voy a tener que entrar en el primer garito que vea abierto, pero ¿qué clase de tugurio estará abierto a estas horas?
Un letrero luminoso con la imagen de un saxofón aparece ante mí como si se tratara de una señal divina. "Gracias pez gordo", digo mirando al cielo y me decido a entrar.
Al abrir la puerta, una humareda de tabaco sale, dejándome vía libre para entrar. Me quito mi sombrero y mi gabardina empapados de la lluvia y me siento en una de las mesas de madera del local. Hay niebla en el ambiente y pienso que debo contribuir a que ese perfume siga en el ambiente. Saco mi pitillera y me enciendo uno de mis cigarrillos.
La camarera, muy guapa por cierto, me pregunta qué voy a tomar. "Whisky doble, con hielo, por favor", es mi respuesta estándar a este tipo de preguntas. Mascando chicle se dirige hacia la barra a prepararme mi ansiado trago.
En en centro del bar, encima de una pequeña tarima, se encuentra un grupo de Jazz tocando en directo. Piano, contrabajo, guitarra y saxofón, apenas hay gente en el local, pero el cabrón del saxo lo hace especialmente bien. En ese momento descubro las similitudes lingüísticas que hay entre saxo y el sexo, y a decir verdad, este tío hace que sienta placeres similares al escucharle.
La camarera trae mi copa justo en el momento ideal. Siento las notas moviéndose por mi cabeza como si fuera la más bella de las princesas. El ritmo invade todo mi cuerpo y no puedo evitar esbozar una sonrisa. Lo has conseguido cabrón, me has alegrado el día.
Al terminar la velada, agarro mi sombrero y mi gabardina y vuelvo de regreso a casa con la melodía en mi cabeza. Ya no llueve, pero miro hacia el cielo y digo: "Gracias pez gordo".


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